Queridos hermanos y hermanas:
Este año la fiesta de Santa María Eugenia tiene un aire jubilar porque no podemos hablar del Bicentenario del nacimiento en la tierra, sin vincularlo con su nacimiento para el Cielo ni con el décimo Aniversario de su canonización que celebramos de una manera especial el próximo 3 de junio. Cuando Dios da, siempre lo hace abundantemente. Contemplando la trayectoria de María Eugenia, que cada vez conocemos un poco más, sentimos crecer en nosotros la acción de gracias por esta mujer que el Señor ha dado a toda la Asunción como Madre y Hermana mayor.
El anuncio del Bicentenario nos puso decididamente en camino desde la fiesta de la Fundación en el 2015[1]. En ese momento os invitamos a celebrar nuestra propia vocación como un don, después en el año 2016, como un camino y como un encuentro en esta última etapa. Es pues desde la perspectiva del encuentro desde la que me gustaría invitarnos a reflexionar y a meditar durante el tiempo que nos separa de la celebración de clausura del Bicentenario y que está dirigido especialmente a los jóvenes del mundo entero.
Nacidos a la vida gracias a un encuentro, el de nuestros propios padres, descubrimos nuestra vocación gracias también al encuentro de algunos testigos que nos han animado en nuestro deseo de ser de Dios y de vivir nuestra fe para convertirnos también en testigos de su amor. Nuestras existencias mismas y nuestros días se suceden al ritmo de encuentros que nos hacen descubrir las alegrías y las dificultades de nuestra opción por Dios. El camino de la humanidad, el de Santa María Eugenia el nuestro, es una historia de encuentros, más o menos felices, a través de los cuáles aprendemos a vivir.
Cada una de nuestras existencias lleva la marca de la educación recibida de nuestros padres y de cuantos estuvieron cerca, con sus gracias y carencias. En lo mejor de la educación de María Eugenia, en lo que ella recibió desde su infancia, se dibujaban ya algunos rasgos de lo que iba a ser la Asunción. Es un don que vamos a celebrar una vez más, dando gracias por sus padres, por la educación de la que se benefició, con sus conquistas y sus fallos. Las carencias que experimentó no le impidieron caminar en la vida, crecer en humanidad ni atreverse a la santidad. Es el signo de que incluso nuestras heridas o nuestras fragilidades son resquicios por donde puede filtrar la gracia. Santa María Eugenia acogió su personalidad, con sus sombras y sus luces, con una gran lucidez. Supo tener sobre ella misma una mirada sincera, se dejó ayudar y acompañar en el camino hacia la realización de su vocación. ¡Cuántas personas en nuestros distintos países se han identificado con su experiencia, y han sacado de ella recursos para vivir la suya!
Exceptuando la vida de familia donde María Eugenia vivió tantos encuentros humanos, el primer encuentro fundador de su vocación tuvo lugar con el Señor, en el momento de su Primera Comunión, en Navidad de 1829. Hizo experiencia de la grandeza de Dios y de su amor por ella, un amor atento y cuidadoso que la sostuvo durante toda su vida. Adolescente, mientras se hacía preguntas esenciales sobre el sentido de la existencia, encontró en la palabra del Padre Lacordaire una luz que le abrió la puerta a una relación personal y profunda con Cristo. Después vino el P. Combalot -don de Dios[2]- con la misión de iniciar la Congregación, muy pronto puesta en manos de María Eugenia y de las primeras compañeras que él buscó. El mismo P. Combalot la presenta a su amigo el P. d’Alzon, en quien ella se apoyaría más tarde, tras la ruptura con el Padre fundador. Este encuentro, uno de los más significativos de su vida, le acompañará hasta la muerte del P. d’Alzon en 1880.
La experiencia de María Eugenia junto a las Benedictinas del Santísimo Sacramento, luego su estancia en la Visitación de la Costa de San Andrés, son algunos de los muchos momentos que dejaron huella en la joven fundadora y que ciertamente tuvieron un impacto en la vida de la Asunción. También la Congregación pudo comenzar gracias a la llegada de otras hermanas, entre ellas Mère Thérèse Emmanuel a quien celebramos de forma conjunta con María Eugenia en este año. Queremos, a través de esta celebración, dejarnos estimular por el camino fraterno que les unió a lo largo de los años y que se fortaleció en la amistad, gracias al aprendizaje perseverante del amor. Entre las primeras hermanas se estrechó sin rodeos una amistad verdadera, como lo atestiguan estas palabras de María Eugenia a María Agustine: « Querida hija, es su amistad la que me libra de todo eso, siento que se ocupa de mi, y yo me dejo hacer con alegría. Si supiera lo conmovida que me he sentido aquí por todas sus expresiones de amistad y la de nuestras hermanas[3]» Así pues, desde Marie Agustine hasta todas las que vinieron a la Asunción posteriormente, toda una serie de encuentros enriquecieron la vida de María Eugenia, sosteniéndola en su larga misión de Fundadora y de Madre de la Asunción. Este recuerdo conciso y selectivo de nuestra historia es una invitación a tomar en cuenta, en nuestra acción de gracias, la gran red de relaciones que hizo de Madre María Eugenia la mujer que amamos, admiramos y celebramos en este día.[4]
Su vida es testimonio de su gran capacidad de relación con todas sus hermanas y con las personas de fuera. A todos, ella aportó la riqueza de su ser y supo dejarse iluminar por ellos….
Con el transcurso del tiempo, el Señor nos ha dado la gracia de entrar en contacto con una multitud de personas. Con algunas, la relación es buena mientras que podemos caer en la tentación de eludir a otras. En nuestros círculos de vida, estamos llamados a crear lazos con todos, por mínimos que sean, así como estamos llamados a hacerlo con los más lejanos, que encontramos solo ocasionalmente. La relación justa hacia las personas, nos dice el Papa Francisco, «consiste en reconocer con gratitud su valor…porque toda persona es un don, tanto nuestro vecino como el pobre a quien no conocemos. » [5]
Cada encuentro vivido con verdad puede revelarse como una luz para nosotros. Aprendemos siempre acercándonos a los demás, poniéndonos a su escucha y bajo su escuela. Los encuentros son lugares donde Dios nos habla y deja traslucir un aspecto de su ser, un rasgo de su rostro.
Loa verdaderos encuentros, aquellos que construyen, piden una salida de si para ir hacia el otro, una calidad de presencia y una disposición a dejarnos despojar de nuestro «saber», de ideas preconcebidas sobre las personas. El otro tiene necesidad de ser acogido en su presente, en lo que él es, dispuestos a dejarnos sorprender, desconcertar como Nicodemo que «dejó que Jesús iluminase la noche de su saber» (Cf. Juan 3,1-21)
Descubrir y reconocer la identidad del otro puede también conducir a reconocernos un poco en él. Porque las preguntas que nos hacemos sobre los otros corresponden frecuentemente a las preguntas que llevamos a cerca de nosotros mismos. Como Madre María Eugenia y Madre Thérèse Emmanuel, tenemos necesidad del otro, de un testigo, para que nos descubra a nosotras mismas, para conducirnos a Dios y a los demás.
La Palabra de Dios invita sobre todo a la relación, tan indispensable para el encuentro. Una vida que no se alimenta de relaciones verdaderas, sólidas, profundas y durables, no se sostiene. Porque como dice Ben Sirá el Sabio «…buenas relaciones, puedes tener muchas en el mundo; pero ¿confidentes? Escoge uno entre mil !...Un amigo fiel es refugio seguro, el que lo encuentra, encuentra un tesoro… » (cf. Ben Sirá el Sabio (Eclesiástico) 6, 5-17). Esta fue la relación entre nuestras dos madres.
El Papa nos invita con insistencia a la «cultura del encuentro» que consiste en salir al encuentro del mundo de hoy, de nuestros hermanos y hermanas hacia los que Cristo nos envía. La relación con los otros nos enriquece, como el encuentro con Dios nuestro Creador que nos lleva a la luz y al crecimiento en humanidad
El mismo Dios, el Dios Trinidad, es relación. En su Hijo, vino a nuestro encuentro para que nos reconciliáramos con Él y entremos en relación unos con otros. Y cuando nos envía, es para que vivamos la fraternidad. Pero para el encuentro, se necesita la búsqueda, ponerse en camino, un camino que puede ser, casi por sorpresa, el de nuestra vocación. En el Evangelio, cuando Juan Bautista señala a Andrés y a sus compañeros a Jesús como el Cordero de Dios, inmediatamente se pusieron en camino, en su seguimiento. Y, volviéndose, Jesús les preguntó: «¿Qué buscáis? (Jn 1,38) Esta conversación tuvo lugar en un camino. Inaugura el encuentro entre Jesús y sus primeros discípulos, en un contacto personal, inicio de una relación que les vinculará para siempre a su Señor y que les unirá en torno a ese mismo Señor. Pero fue necesario elegir y reelegir seguirlo con todo el corazón, con un compromiso personal y libre. Aunque nosotros lo hemos seguido gracias al testimonio o a la palabra de alguien, un día, Cristo nos pondrá frente a nuestra opción por seguirlo: «Para vosotros, ¿quién soy yo?» (Mt. 16,13) «¿También vosotros queréis dejarme?» (cf. Jn 6,60-69). Cuando perdemos la confianza, el Papa Francisco aconseja que nos preguntemos: « ¿cuándo tuvo lugar mi encuentro con Jesucristo, ese encuentro que me llenó de alegría?». …Y volver a ese primer encuentro con el Señor, «volver a la primera Galilea del encuentro: volver allí: reencontrarnos con el Señor y seguir adelante por esta senda tan hermosa, en la que Él debe crecer y nosotros disminuir»[6] Es allí donde podemos volver a tomar fuerzas, encauzar nuestro camino y continuar con Él la ruta.
Jesús se deja descubrir, encontrar, pero nos invita siempre a ir más lejos: « vamos a otro lugar, a las aldeas vecinas, para que allí también proclame el Evangelio, porque para eso he venido » (Mc 1,29-39) El nos envía siempre de nuevo y ese movimiento hacia el otro es como una expresión de nuestra vocación. Al mismo tiempo que inaugura, por sus actos, una escuela del encuentro.
En efecto, Jesús encontró diferentes tipos de personas, en la sociedad y en el mundo religioso de su tiempo: fariseos, que se creían justos, y publicanos que se sabían pecadores, hombres y mujeres de toda condición, enfermos y sanos. Supo acogerlos a todos sin excepción, reconociendo en ellos a los hijos del Padre. Se dejó afectar, conmover, maravillar y modelar por todos los encuentros humanos. Vivió la compasión y manifestó la ternura, supo decir, en cada situación, la palabra que conviene. Supo meterse en la piel de todos para comprender los sufrimientos, las búsquedas, las súplicas, los deseo…En el encuentro con Él a través de la Palabra, podemos aprender también de Él la manera adecuada de ir hacia los otros tanto en lo cotidiano de la vida como en las situaciones imprevisibles o difíciles que se nos presenten. A través de todo, Él nos educa para la misión.
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Nuestra vocación nos pone en camino hacia los otros. Saliendo a su encuentro, aprendemos a conocernos mejor y a ser realmente lo que debemos ser. De este modo Dios traza la senda con nosotros y nos conduce, como lo hizo con nuestras dos Madres. Él las unió para siempre en una amistad que creció entre ellas tanto en el seno de lo cotidiano como en los acontecimientos significativos de la vida de la Congregación.
Cada encuentro es una invitación a continuar el camino con otro. Como Asunción Juntos hacemos camino en comunión de valores y de una misma pasión, transmitida por nuestras Madres, de generación en generación. Nos enriquecemos mutuamente y nos fortalecemos en nuestras vocaciones específicas. La celebración del Bicentenario es una bella oportunidad para ir más lejos en la profundización de nuestra herencia, a través de la experiencia de dos pioneras.
Durante el CGP de Madrid la Provincia de España tendrá ocasión de encontrarse como Asunción Juntos y de celebrar el Bicentenario en Provincia. Allí festejaremos como Consejo el 10 de marzo antes de iniciar nuestro trabajo el 12 de marzo. El mismo entusiasmo gozoso resonará en muchos otros lugares. ¡Que todos estos momentos fuertes de familia y de nuevos encuentros, nos fortalezcan en la fe y refuercen los lazos de fraternidad y de comunión entre nosotros!
Que podamos conservar en el corazón un gran agradecimiento por nuestras diferentes vocaciones y por nuestra llamada común a la Asunción, volviendo a ella como a una fuente, para no perder jamás de vista a Aquel que es nuestro guía y nuestra luz, Aquel que da fecundidad a nuestras vidas.
En comunión con el Consejo General, os deseo una feliz fiesta mientras avanzamos gozosamente hacia la clausura del Jubileo del nacimiento de Madre María Eugenia y Madre Thérèse Emmanuel
¡Con todo mi fraternal cariño!
Paris, 3 de marzo 2017
Sr Martine Tapsoba
Superiora General
[1] Cf. Mensaje del Consejo General del 30 abril del 2015
[2] María Eugenia escribe al P. Combalot el 4/10/1838: “También, usted me ha dado mucho de Dios…”
[3] Marie Eugénie, Carta a Marie Augustine, 6 julio 1843
[4] Os invito este año a marcar el 3 de mayo, día del cumpleaños de Madre Thérèse Emmanuel.
[5] Papa Francisco, Mensaje de Cuaresma 2017
[6] Papa Francisco 7 de febrero 2014
Recuérdeme
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